martes, 10 de abril de 2012

MARATHON WOMAN

Celebrando 40 años de mujeres maratonianas...

Cuando le vi casi le tenía encima. Tenía el rostro desencajado y los ojos furiosos. Me gritaba que parara. Quién me había creído. Decidí seguir corriendo. No rompas el ritmo, me decía, no lo rompas, mantén el paso, no le mires, no le mires, no te paralices, sigue corriendo, zancada tras zancada, un pie y luego el otro, siente la pisada, que toda la planta sienta el suelo... Congelemos la imagen.


Me llamo Kathrine Switzer y la noche que decidí meterme en problemas nevaba. Era una noche invernal de 1967 y la temperatura era ideal para correr una vez acostumbrabas a tus pulmones al frío, que entraba a chorro por nuestros esófagos. Arnie Briggs corría con sus 50 años a cuestas y un sinfín de lesiones de pierna. Parloteaba como de costumbre. Contando batallitas de la Maratón de Boston, que si John Kelley el Joven, que si John Kelley el Viejo, que si Tarzan Brown...
¡Para de hablar de Boston y vamos a correr la maldita maratón!-, le interrumpí con decisión, ese tono entre bravucón y sentenciador que usamos los estadounidenses a veces ante una empresa.
Bobbie Gibbs hizo correr la tinta en1966
Arnie, maratoniano experimentado por afición, cartero de la universidad de profesión, me miró y no se lo pensó, lo dijo como una mantra: Las mujeres no pueden correr la Maratón de Boston. Las mujeres son incapaces de correr 42 kilómetros. Kathrine, es la ley del rendimiento decreciente...
Seguí corriendo. Noté que las caderas se me impacientaban, descoordinándose, como si la cabeza y ellas estuvieran manteniendo una discusión...
Estás loco, le dije. Si puedo correr 16 kilómetros, ¿por qué no 42?-
Arnie miraba al frente sin contestar.
¿Sabías que una tal Bobbi Gibb la corrió el año pasado?-
Arnie soltó una exhalación profunda por la boca.
Se escondió entre los arbustos -añadí con tono resabiado-, esperó que todos los hombres pasaran y entonces se metió en el pelotón. Acabó, pero no se computó su tiempo al no tener número ni registro en la lista de corredores...Leí la historia en Sports Illustrated
El rostro de Arnie estaba rojo, más de enfado que por la carrera. No me lo creo, refunfuñó. Yo seguí corriendo, un pie delante del otro, como siempre. Corría y pensaba. Pensaba que si este hombre no me apoyaba, nuestra amistad tenía poco sentido.

Cuando correr era para
unos pocos locos...
Hubo un tiempo en que si veías a una persona correr por la calle tenías tres perfiles opcionales para definirles: alguien que huye de algo, un cobarde, por ejemplo; alguien que tiene prisa; o simplemente, un tarado. La gente andaba, correr rompía el orden en la calle y a principios de los años 60 una mujer simplemente ni encajaba en uno de estos tres perfiles. La sociedad decía que el circuito femenino nacía en la salita de estar, seguía por el supermercado de la zona residencial y acababa en la cocina del hogar. Yo eso lo aprendí de joven. Una vez el entrenador de atletismo del instituto me vio correr. Como le faltaba un corredor para poder presentarse a una competición y conseguir la clasificación me invitó a participar con los chicos. Entonces correr era para mí un acto de soledad, tiempo para pensar. Corría kilómetro y medio después de los entrenamientos del equipo de hockey femenino porque las prácticas se me quedaban cortas. Obviamente, al entrenador le dije que sí; sin saber lo que iba a ocurrir o imaginar que aquello era un sacrilegio para toda la comunidad. En mi buzón aparecieron algunas cartas rebosantes de odio e incluso vino la tele nacional a ver a esa chica que se atrevía a correr contra chicos. Luego salté a la Universidad de Siracusa para enterarme que prácticamente ni existían los programas de deportes para mujeres. Empecé a correr con el equipo de los chicos, solo eso...

La maratón: un bastión masculino.
No es una cuestión de épocas, ni mentalidades, es simplemente la comodidad con la que nuestros cerebros se acoplan a la conformidad del momento. ¿Por qué hacer algo no establecido es tan difícil? ¿Por qué chafar a cualquier individuo que piense en demostrar lo contrario a lo acostumbrado? Intentad cambiar algo y encontraréis un ejército de conformistas a vuestras puertas. A Arnie le costó poco tiempo entenderlo después de nuestra discusión: “Si hay alguna mujer que pueda correr esa distancia, creo que ésa eres tú, Kathrine. Si me pruebas que puedes correrla, yo personalmente te llevaré a Boston”.

Seguían los entrenamientos, pasaban las estaciones. Yo corría sin concesiones. Arnie estaba convencido. Mi plan consistiría en imitar a Bobbi Gibb: presentarme, esperar a la salida y, sin número ni registro alguno, meterme en el pelotón. No, no, me cortó Arnie. Esto es una carrera seria, no se bromea con Boston. Las reglas de la Unión de Atletas Amateur separaba las carreras en tres categorías: Hombres, Mujeres, Maratón. Arnie fue listo. La de maratón no incluía ningún asunto sobre el sexo del corredor. Nos miramos sonriendo y nuestras sonrisas fueron tornándose en carcajadas: ¡¡Las maratones son para locos!! ¿Quién pensaría que la correría una mujer? Mi novio desde luego no. Tom era un lanzador de martillo graduado de la universidad. Le encantaba verme correr, estaba feliz con que su novia prefiriera correr a cualquier otra actividad. Cuando le conté que iba a correr la maratón de Boston se cayó de risa al suelo. Pero se vino.

Un corredor sonríe al ver
a Kathrine entre el pelotón 
El día de la maratón caía aguanieve. Hacía frío y viento. Me puse mis peores ropas a sabiendas de que conforme cayeran los kilómetros me las iría quitando sin visos de volver a verlas. Parecía una cebolla. Me pinté los labios. Cuando la gente vio que llevaba un número puesto se disparó la excitación. Los corredores alrededor de mí me animaban. Me aceptaban. Quizás esa maratón no fue un evento social más, quizás un anticipo de la sociedad por venir...Quizás correr no sea una actividad física, tal vez sea un estado mental. Tú, tu mente, el latido de tu corazón y... Will Cloney, uno de los directores me impulsó desde la salida. Salí al trote. ¡La gente me vitoreaba! 

Llevaba casi seis kilómetros y medio cuando el autobús de la prensa se acercó por detrás de nosotros. En él también iban Cloney y el otro director de la carrera, Jock Stemple, un tipo conocido por sus ataques de furia. Alguien gritó: ¡¡Hay una chica en la carrera!! Y el conductor redujo la velocidad para que los fotógrafos hicieran su trabajo. Yo era el foco de todos sus fotos. Stemple hojeó la lista de corredores buscando mi número. Encontró mi inscripción: K. Switzer. Tras varias bromas, un periodista le soltó la gota que colma el vaso: “No parece que se llame Karl”. Y entonces Stemple estalló.

Stemple se tira contra Switzer y Arnie Briggs intenta pararle
Volvamos al inicio. Descongelemos la foto. No sabía qué ocurría. Ni las bromas que se habían dicho, ni que los fotógrafos me estaban acribillando a disparos. Pero me sobrevino esa sensación de peligro que tenemos antes de un golpe cuando andamos en la oscuridad y giré la cabeza. Stemple iba lanzado contra mí. Furioso, totalmente fuera de control, se abalanzó sobre mí y al principio le esquivé. Luego me agarró del hombro y me dio la vuelta gritando ¡lárgate de mi carrera y devuelve ese número!. Arnie se interpuso intentando hacer que me soltara, pero Stemple no desistía. Fue entonces cuando el director de la carrera aprendió dos cosas a la fuerza. Una: que una mujer puede correr una maratón o intentarlo siempre que le venga en gana lleve número o no. Dos: el hombre puede volar de distintos modos y se dio cuenta al aterrizar. Su problema a parte de su ceguera sexista fue la de no ver a mi novio Tom, un lanzador de martillos de 107 kilos. Corría a mi lado y sirvió de lanzadera a Stemple. Al principio pense que Tom le había matado. No sabía que hacer hasta que escuché a Arnie gritar “¡corre como el demonio!(Run like hell!)”. Unas cuatro horas después llegué a la meta.



Al día siguiente mi foto apareció en muchos periódicos, salió hasta en el New York Times pero con alguna incorrección. Dijo que no había acabado la prueba, por lo que llamé al redactor furiosa: Solo porque usted acabara de rellenar su noticia antes de que yo llegara no quiere decir de no acabara, le espeté. Ninguna mujer volvió a llevar un número de corredor en la maratón de Boston hasta 1972. Toda una carrera de resistencia que empezó el día que a los doce años le conté a mi padre que quería ser animadora del equipo de fútbol y me contestó: Eso es una tontería. La vida es para participar, no para esperarla. Deberías hacer deporte y que te animen a ti.

Preferí ser una atleta antes que animadora. Es lícito hacer aquello que la sociedad no espera de ti por un convencimiento absurdo. Solo hace falta poner un pie frente al otro. Así empezó. Primero un pie, luego el otro. Así una milla. Luego dos. Tres, cuatro... 42 kilómetros, una maratón. Y las barreras mentales empiezan a desplomarse...

Kathrine Switzer

Apuntes

Entrevista a Kathrine Switzer recuerda la mayoría de las cosas que hemos contado arriba. Está en inglés...



Jock Stemple, 22 de abril de 1968. Declaraciones a Sports Illustrated: “No me opongo al atletismo femenino, pero estamos educados en el respeto a las leyes, en respetar las reglas. Las reglas amateur dicen que las mujeres no pueden correr más de milla y media (unos 2.4 km). Estoy a favor de hacer sus carreras más largas, pero no pertenecen a la categoría de los hombres. No merecen correr con Jon Ryun. Tú no querrías ver a una mujer corriendo con Jon Ryun, ¿Verdad?”. No sabemos qué contestó el periodista.

Arnie Briggs, justo detrás de Tom,
empujando a Stemple.
Arnie Briggs, experto maratonista, era el cartero de la Universidad de Siracusa. Solía correr tras el trabajo con el equipo universitario. Así conoció a Kathrine. Se convenció de que su amiga podría correr una maratón el día que le preparó un circuito de cuatro vueltas, cada vuelta de 10 kilómetros. Al final de la última vuelta, Arnie gritó “¡¡No puedo creer que vayas a lograrlo!! ¡¡Realmente vas a completar una maratón!!”. Kathrine quiso asegurarse de que no se habían equivocado en las mediciones y pidió correr cinco millas más (unos ocho kilómetros). Al llegar al coche, Kathrine estaba exultante. Arnie, simplemente, se desmayó.



Roberta (Bobbi) Gibb.
Bobbi Gibb siguió corriendo sin número el siguiente año. Irónicamente, en 1967, cuando Kathrine se apuntó a la maratón y saltó a los titulares, Bobbi llegó una hora antes, aunque sin número. En 1969, tres mujeres corrieron la maratón extraoficialmente. En 1970, Kathrine volvió a correrla. Su experiencia vital convenció a Kathrine de que debía promover la participación de mujeres en eventos deportivos, así como crear campeonatos solo para ellas. En 1971, mujeres maratonianas se unieron para pedir la abolición de una norma sexista. En 1972 fueron oficialmente invitadas.






En 1984 la lucha de Kathrine Switzer alcanzó su cénit. Las mujeres consiguieron la organización de la primera maratón femenina de los Juegos Olímpicos. Cincuenta corredoras recorrieron 42 kilómetros de las calles de Los Ángeles a 27 grados de temperatura. De ellas, 44 consiguieron acabar la carrera. Todo el mundo recuerda a la que llegó en el puesto 37º, la suiza Gabrielle Andersen. Tenía 39 años y era su última oportunidad de correr una carrera así. Primero un pie, luego el otro. Es cuestión de querer. 




A finales de los 70, Jock Stemple presentaba en Boston el libro “Just call me Jock” (“Llámame solo Jock”). Kathrine salió de detrás de las cortinas con un sweater como el que llevaba en aquella maratón de 1967 e interrumpió la presentación: “¡Lárgate de aquí, no eres oficial! ¡Dame ese libro!”. La primera reacción de Stemple fue violenta, pero en seguida cayó en que era una broma de la editorial. Jock Stemple y Kathrine Switzer son grandes amigos en la actualidad.



"La vida es para participar". 
Kathrine Switzer

2 comentarios:

  1. Que buena historia, tio :) Deberias de ponerlas tambien en ingles. Vaya curro, no? :)

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  2. Gracias Fito! Son historietas que siempre me han gustado. Lees una y empiezas a mirar más cosas... Eso no es curro, jeje... A ver si sale algún finlandés!

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