viernes, 6 de enero de 2012

Afortunado el general que nunca gane una guerra...


Los recortes de libertades que padece Hungría y que salen estos días en prensa nos han hecho recordar la Revolución del 56. Esta es una recreación de aquellos días vividos por el general Bela Kiraly, organizador de la resistencia de Budapest.


Niño se dispone para la lucha.
“¡De pie húngaro!”, aullaba la calle, “¡la patria llama!”. Pero el general no podía hacer otra cosa que revolverse en la cama. Hacía apenas un mes que había pisado la calle tras cinco años en prisión y los sonidos que recorrían la ciudad reverberaban en las ventanas: ruidos de munición, de gente corriendo, presentando batalla. “¡He aquí el momento, ahora o nunca!”, cantaban. La revolución no le esperaba, pero ¿por qué iba a hacerlo? La calle inquiría a aquellos que permanecían en sus casas mirando por las ventanas: “¿Seremos esclavos o libres?”. La frase rozó el tímpano del general dolorosamente. No era una frase cualquiera, llevaba resonando en la memoria del pueblo magiar desde que se levantaron contra los austriacos hacía más de cien años. Y el general pensaba dos cosas: una, no me puedo levantar; y dos, en cuanto lo haga habré firmado mi sentencia de muerte.


El general Béla Király
Toc, toc. La muerte, pensaba el general Bela Kiraly postrado en su cama de hospital aquel 23 de octubre de 1956, tambaleándose en algún punto de su mente entre la consciencia y el desmayo. Toc, toc. No hacía un mes que había salido de la cárcel donde cumplía cadena perpetua acusado de espionaje y aún era pronto para dejar de pensar en la muerte. Toc, toc, toc. Allí pasó dos años esperando que el regimen comunista cumpliera su sentencia de muerte, pero fue afortunado, se la conmutaron. Toc, toc, toc sonaba en la mente del general, sonidos secos que provenían de una celda de su memoria. Unos sonaban cortos, otros largos, con espacios de silencio dispares entre ellos. Toc, toc, toc. Silencio. Vuelta a empezar. Toc, toc. Con las suturas aún frescas, puso gesto de molestia y musitó una frase pastosa entre sueños: Hay ruidos que podrían ser música. Su mente deambulaba por su calabozo, era 1953, hacía ya tres años. Toc, toc. Traducía los golpes secos de una mano contra el muro en puntos y rayas que anotaba en el suelo de su celda con un cacho de yeso. Toctoc, toc. Se le abrían los ojos con cada nota de música morse que traspasaba la pared. Toc, toc... La frase estaba acabada. De la celda contigua dejaron de llegar tocs que se convirtieron en jajajás. Contenía la emoción el general. Jajaja. Llevaba dos años en prisión esperando su ejecución, víctima de la ola represiva sufrida a raíz de la paranoia de un hombre. Jajaja. Puntos y rayas de yeso anunciaban la posibilidad de esperanza: “Stalin ha muerto”. Jajaja. La primera vez que Bela Király escapó de una sentencia de muerte contaba con apenas 41 años. Hacía tres de aquel suceso afortunado. Miraba al cielo por la ventana con la mirada exhausta esperando noticias de amigos, de una enfermera, un médico, alguien del mundo exterior. El grito que recorría Budapest era atronador: “¡De pie húngaro, la patria llama!”. Y aquel octubre de 1956, sin apenas haber saboreado un bocado de libertad tras un lustro preso, pensó que quizás esta vez no fuera tan afortunado escapando a la muerte...




El rumor de cambio revotaba por los muros de la habitación del general en forma de ondas de radio. Pocos eran los que se habían quedado en casa aquella tarde de revolución. Prácticamente todas las gargantas de Budapest estaban en la calle gritando las palabras del poeta-héroe nacional Sandor Petofi: “¡El nombre húngaro será nuevamente hermoso!”. Como hicieron en 1848 bajo la ocupación austriaca, varios jóvenes redactaron una carta de principios más un poema y salieron a cantarlos a la calle. Jóvenes, niños, ancianos, abogados, médicos, músicos, ingenieros...Todos les siguieron en pro de derechos y reformas democráticas, sin miedo. Distintos amigos le traían las noticias al general Király: ¡Una columna de 20.000 personas se dirigía pacíficamente hacia el Parlamento!... ¡Allí esperan 200.000 ciudadanos!... El jodido gobierno les ha calificado de “turba reaccionaria”... ¡La maldita policía está disparando desde los edificios!. Király se hundía aún más en su cama. Ardían los coches. Aparecían los primeros cadáveres tumbados en las calles. Miles de manifestantes decapitaban el monumento a Stalin. 



La muerte, seguro que lo pensó el general, la muerte es un asunto que se toman muy en serio los húngaros. Naciones tan pequeñas como la que berreaba en nombre de la libertad y la indepencia aquella tarde adoran la muerte. Llevan siglos celebrándola como una fiesta para recordar su dolor nacional: derrotas militares contra germanos, turcos, rusos, siempre alguien más numeroso o poderoso. El húngaro venera a esos personajes que se inmolan desesperadamente, a los jóvenes guerreros con corazón de poeta camino del martirio.... Sí, pensaba el general cosido y postrado un día después de ser operado: Si David hubiera sido húngaro, posiblemente Goliat le hubiera arrancado la cabeza. El húngaro tiende a la interpretación melancólica de la historia, del destino, de esos conceptos abstractos que decoran la vida. Quizás por eso el suicidio es un gran hábito húngaro. Sus mejores reyes lo hicieron contra ejércitos que resultaron demasiado numerosos. La esperanza empotrándose contra un muro sordo y de cemento, qué pasatiempo. El destino reclamaba al general para repetir la historia. No hacía mucho más de un siglo que austriacos y rusos habían aplastado la guerra por la independencia húngara contra los Hapsburgo. Casi en idénticas circunstancias a las que se vivían fuera de su habitación. Todo acabó con el asesinato de 13 generales rebeldes. Así nacen los héroes húngaros, muriendo. ¿Qué música acompañaría a esta secuencia dramática? ¿Qué compositor? Una buena sonata de chelo... Grave, impetuoso por momentos, impulsivo y virtuoso, pero que acaba perdiéndose en sus propias dudas, pesadas, con arranques de dignidad y partitura escarpada... Qué gran final pondría Zoltán Kodály... ¿Oiría ese chelo en los próximos días?


Joven miliciana
El día 29 unos milicianos irrumpieron en su habitación. Király se levantó de su cama contra la opinión médica, con las suturas de la operación todavía tensas. La revolución avanzaba. Sus peticiones eran aparentemente tomadas en cuenta. Imposible quedarse al margen. La sensación de que podían mejorar sus vidas era palpable. A Kiràly se le conocían las ideas, se le reclamó para crear un cuerpo de Guardia Nacional, ¡y en apenas horas! Universitarios convertidos en milicianos, miembros del ejército húngaro, el nombre de Freedom Figthers cruza el globo... La ilusión cabalga de punta a punta de la ciudad de Pest, atravesando el Danubio hasta las montañas de Buda. La alegría es manifiesta, brota de la conciencia de estar haciendo lo correcto, de estar dando una lección de dignidad al mundo. Caen los símbolos soviéticos, arden libros comunistas, se proclama el fin del partido único: la calle está descontrolada, hay que calmarla, no dar excusas para una invasión rusa. La radio pide la intervención de occidente. Radio Free Europe emite programas en húngaro desde el otro lado del Telón de Acero, aconseja tácticas de guerrilla. La revolución se extiende por la llanura magiar a golpe de teléfono, todo el país se suma, el himno nacional vuelve a sonar: “¡De pie húngaro, la patria llama!”.

Lucha en las calles.

Király contempla el desperezo de una nación y, sin embargo, a sus ojos la figura melancólica de Budapest va adquiriendo mayor fuerza, preparándose para la repetición del destino. Observa cómo una manto de tragedia apenas perceptible cae sobre la ciudad como si alguien vertiera un cubo de humedad gigante, impregnándolo todo. Un chaparrón de vaga tristeza que toma impulso en el río, peinando las cadenas y piedras de los puentes de la ciudad como un viento helado, envenenando el agua, empapando los muros de los edificios y colándose por sus agujeros de bala, acariciando las alfombras de las casas, mezclándose con la respiración de la gente, penetrándoles, transformándose en su interior en una bilis negra... todo a ritmo de coctel Molotov. Tal es el prisma por el que los húngaros observan la vida: trágico, un poco goyesco... Cae la noche y desde el puesto de mando de las montañas de Buda, la estampa de la ciudad es sorda. Los fuegos en algunos de sus puntos y fábricas acentuan su aire decadente. El silencio es total. A Kiràly le pica el oído. Como si le vibrara el tímpano. Intuye que la tierra tiembla, un temblor que nace lejos, a miles de kilómetros. Un gigante se ha levantado y le ha golpeado con un martillo el tímpano como si fuera un gong. Le pican las suturas de la operación. El aire frío, la calma sospechosa. Algo se avecina, no hace falta verlo o tenerlo enfrente. El general quiere meterse el dedo en la oreja y aliviar su picor de tímpano con un movimiento brusco. Pero ¿dejará de temblar la tierra? ¿Cuántos estarán de camino? Más de 1.300 tanques planchan con sus orugas la estepa rusa. Decenas de miles de soldados del Ejército Rojo marcan el paso atravesando Ucrania. La ciudad entera huele a dignidad, pero sobre todo atufa a derrota...

Portada de enero de 1957 de Time,
muy parecida a la que resume 2011.
Noviembre precipita todo. El día 1 un periodista del New York Times se presenta en su despacho: “General, si me da una declaración invitando a occidente a enviar ayuda militar, mañana saldrá en la primera página del New York Times”. Le urgía a comenzar él la guerra: “Mire”, contestó, “ creo que si occidente envía ayuda militar, habrá guerra. Y no creo que pudieramos obviar las armas nucleares en tiempo de guerra. Si se usan, nosotros seremos los primeros en evaporarnos. Y no es el motivo por el que hacemos la revolución”. Aún guardaba la ilusión de paz, ilusión que creyeron rozas. Antes de la madrugada del 3 de noviembre los negociadores húngaros eran invitados por los rusos a una cena en su honor por haber llegado a un acuerdo de paz. Al filo de la medianoche, agentes del NKVD (futura KGB) irrumpieron en el banquete. Mandaron ejecutar a los negociadores húngaros. Kiràly debía haber estado allí.

Niño-miliciano muerto.
Esa madrugada Király recibió noticias: la invasión era un hecho. El 4 de noviembre los húngaros se despertaban para conocer que estaban solos en el mundo. Aún no había despuntado el sol y el presidente de la revolución, Imre Nagy, pedía ayuda al mundo desde Radio Budapest, llamaba a la valiente resistencia. Los tanques rusos paseaban casi impunenmente por las avenidas de la capital disparando a la fachada de los edificios indiscriminadamente. Las fotos de prácticamente adolescentes muertos en las aceras no habían captado la atención internacional. Desde las montañas de Buda, Király contemplaba la escena de sus hombres afanándose por mantener la coordinación de la resistencia en los sectores industriales, donde los obreros se atrincheraron en las fábricas. Los ruidos, las noticias que llegaban a Buda invitaban al terror. El Pacto de Varsovia entero con la Unión Soviética a la cabeza imponían su tamaño. Una vez más Hungría rememoraba su historia: otra gran momento de dignidad nacional. Otra lucha por la libertad. Nuevamente David contra Goliat.

Las bombas tardaron poco en caer sobre la zona de Buda. Bela Király aguantaba estoicamente las explosiones y miraba a sus hombres, algunos imberbes estudiantes cuyas esperanzas se hacían añicos. He comandado hombres sin menos esperanza incluso. Una sensación gemela a la rabia o la impotencia le recorría el cuerpo. Yo he comandado el batallón más absurdo de la segunda guerra mundial. A los 28 años me enviaron a oler la pólvora bajo las órdenes de un gobierno fascista. Su voz interior temblaba de indignación. He tenido que luchar codo con codo con los nazis sin rechistar. Comandé a 400 obreros judíos en Ucrania contra los rusos. Les di uniformes, les traté con dignidad y me gané la enemistad de mis aliados alemanes y de los fascistas húngaros. En la garganta se le hacía una bola imaginaria compuesta de congoja y pena. En el 44 me hicieron preso los rusos y me mandaron a una muerte segura en Siberia. Tuve suerte al poder saltar de aquel tren con 26 hombres más y atravesar los Cárpatos a pie. Me fui de una Hungría fascista y volví a una socialista para encontrarme con los mismos indeseables a los que sirven soplones, matones, advenedizos y varias especies de aduladores. Al llegar tuve que probar que no era un fascista, los judíos que comandé fueron mi salvoconducto. Cambié a Hitler por Stalin, opciones nunca deseadas. Me afilié al Partido y mis compatriotas me sentenciaron a muerte. Me pasé años esperando mi ejecución en prisón y sufrí alguno más de regalo con el código Morse como única comunicación. No llevo ni un mes en libertad. Debería estar convaleciente. Tengo 44 años...Miró a su alrededor para reconocer lo que sabía, que todo estaba perdido antes incluso de que se enterara en el hospital que sus compatriotas se habían echado a la calle. Todo según el guión. El 6 de noviembre se acabó la munición. El día 11 la resistencia húngara murió. El final ya estaba escrito, como en la revolución de 1848, seguiría el camino de los Mártires de Arad, los generales que se rebelaron contra los Hapsburgo. Volvería a prisión sentenciado a muerte como cargo responsable del levantamiento. Moriría como escarmiento. Purgado. Ese era el camino del héroe húngaro. Era lo honorable...¿O no?

Tanques rusos rodean el parlamento húngaro.
A los ocho años de edad el país donde nací fue desmembrado por las potencias extranjeras. Hasta en tres ocasiones he esquivado la muerte. He vivido el horror del siglo XX desde todos sus bandos y en 36 años de carrera militar nunca he estado en el lado ganador. Bela Kiraly cruzaba la frontera con Austria de la mano de la CIA. Bela Kiraly abandonó Hungría antes de ser apresado con dos convicciones: una, tras la aparente derrota, “la revolución ha triunfado”. Y dos, si me llego a quedar no lo cuento.

Cinco sentencias de muerte llegaron a Budapest con motivo de la revolución. Sólo una quedó por ejecutar. Llevaba su nombre. Béla Király murió el 4 de julio de 2009 en su Hungría natal ¿Su balance final? Cuatro esquinazos a la muerte y un saldo del cien por cien de derrotas es el resumen al que siempre dio el mismo titular: “Una suerte tremenda”. 

Toda letra cursiva del texto es una imaginación de lo que Béla Király pudo sentir aquellos días. Únicamente deben ponerse en su boca los entrecomillados que se le atribuyen.

Apuntes:

Béla Király.
Béla Király atestiguó ante la prensa nada más llegar a EEUU su idea final sobre lo ocurrido en su país: “La revolución triunfó”. Y un periodista preguntó si ése era el caso por qué había huido. Király siempre pensó que “(la revolución del 56) fue el principio del fin de la URSS porque tuvo más efecto en las mentes de aquellos que creían en el comunismo que en las de aquellos que no creían”. El recuento final en 1957 fue el siguiente: 2.500 húngaros y más de 700 soldados soviéticos muertos; 13.000 ciudadanos encarcelados, 300 sentenciados a muerte; 200.000 exiliados. 

Reacciones internacionales: plumas como las de Albert Camus (La sangre de los húngaros) o la de Jean Paul Sartre, comunista convencidísimo, decidieron censurar las actitudes occidentales y soviéticas ante la Revolución del 56. En 1968, la Primavera de Praga sería pacífica debido a la represión sufrida por sus vecinos magiares.
En España las reacciones fueron distintas. Mientras exiliados como Semprún y Clarín repudiaban los hechos, España de algún modo se benefició. Hungría, la mejor selección del mundo del momento estaba fuera durante la represión soviética. Decidieron no volver a su país. Puskas, Czibor y Kocsis recalaron en el Madrid y Barcelona. En el Barça ya jugaba Kubala. Luego llegarían otros como el colchonero Toth.


1989. La única vez que Király experimentó la auténtica victoria total fue a los 77 años. Se había pasado toda una vida perdiendo y huyendo. Desde su puesto como profesor universitario en EEUU pudo ver cómo miles de turistas de la RDA viajaban a Hungría (sólo podían tener vacaciones dentro del bloque comunista) para encontrarse que la frontera con Austria estaba abierta. No volvieron. Los húngaros consiguieron lo que buscaban 33 años atrás y solo tuvieron que levantar una valla. Ese día austriacos y húngaros hicieron lo que se llamó el Picnic Paneuropeo. Irónicamente, el ministro austriaco era descendiente de los  Hapsburgo. La URSS ingresaba en la UVI. El derribo del Muro de Berlín fue algo simbólico.

Ciudadanos de la RDA cruzan el telón de acero el 19 de agosto.
1990. El general regresa a su país como profesor. Justo a tiempo para cumplir una promesa. No hubiera pisado suelo magiar hasta que los cuatro miembros del gobierno revolucionario ajusticiados (Imre Nagy incluso) fueran a ser enterrados adecuadamente. Ocupó un escaño independiente en el parlamento hasta 1994.
Imre Nagy pidiendo la ayuda occidental por la radio.

1992. Boris Yelstin, el ruso que mandó a tomar viento a Mijail Gorbachov, se presentó ante el parlamento húngaro con el informe soviético para la situación vivida en Hungría aquel otoño del 56. Trajo las cinco condenas a muerte de los miembros del gobierno que la URSS consideró culpables.

2004. Király tiene la ocasión de discutir los hechos ocurridos en el 56 con el general ruso Yevgueni Malashenko. Este le llama mentiroso por acusar a los soviéticos de haber bombardeado las montañas de Buda con la resistencia agonizando. Király le invitó a acudir al monte de Buda en cuestión: “Venga a Hungría y podrá orinar en su propio cráter”, le dijo con toda educación. Ese año fue designado miembro de la Academia de las Ciencias Húngaras, voraz acaparadora de premios Nobel. Murió el 4 de julio de 2009, el día de la independencia de EEUU, el país que le acogió. Un día apropiado para su forma de ser.

Béla Király (1912-2009)
Advertencia: Si hay cerveza de por medio, no intenten brindar nunca con un húngaro. Desde 1849 lo evitan. Fue la bebida que utilizaron los generales austriacos para celebrar la ejecución de los Mártires de Arad y el aplastamiento definitivo de la revolución de 1848. Un buen pálinka os protegerá más del frío. Antes y después de comer. Nagyon Mayarorszag!!!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario